Un viaje de ida y vuelta
Corría el año 1987, Bonifacio Bonilla Ramirez tenía 23 años cuando tomó una de las
decisiones más duras de su vida. Lo pensó una y mil veces pero desde un principio lo
tenía claro, irse a los Estados Unidos. Debía probar suerte pues no podía esperar a que
sus circunstancias mejoraran.
A pesar de no querer ser un emigrante mexicano tenía que que tomar la decisión, no por
él sino por su familia, quería un futuro para sus hijos. “Tengo que hacerlo”, se repetía
una y otra vez cada día. Decidió que ya estaba bien, necesitaba salir de ese país que no
le echaba una mano, ir a un país donde existe las oportunidades, esas que tanto había
oído hablar al otro lado de la frontera.
Boni, como lo han llamado desde siempre, tomó un camión desde su natal Guanajuato,
ciudad que lo había visto crecer y convertirse en un hombre. Y en tortuosa marcha a
través de carreteras secundarias llegó hasta Tijuana.
Desde Tijuana nuestro Boni decidió cruzar a pie, a paso lento pero seguro con su espalda
cada vez más mojada, lágrimas de pena en su rostro y de cansancio sobre su cuerpo. El
trayecto que separa Tijuana (México) de San Diego (Estados Unidos) se le antojó como
de 15, 20 o 22 kilómetros. Cubrió la distancia en ocasiones corriendo mientras se iba
alejando de la migra, en otras trotando penosamente cuando su cuerpo le pedía una
tregua o caminando cuando casi desvanecía, aguantando sed y hambre.
Fresno en California lo acogió durante 8 años. Duros para Bonifacio lejos de su familia.
No era feliz, se sentía solo y triste. Pero siempre pensaba en que es mejor así para que
nada le falte a su familia. Ocho años duró la separación familiar hasta que Boni decidió
retornar a casa.
Hoy en día vive en Guanajuato y con lo poco que logro reunir compro un camión para
dar tours. Su trabajo le obliga a pasar muchas horas en la carretera, a hacer jornadas
largas pero sabe que al final del día llegará a casa y podrá abrazarse a los suyos. Ya no
está solo. Ahora es feliz con su familia.
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