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RESULTADOS DE BÚSQUEDA

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  • Magdalena

    A los 28 años, Magdalena salió de Chile para buscar nuevas oportunidades de trabajo. Decidió mudarse a Houston para probar suerte… y la consiguió. Hoy tiene 31 años y se encuentra muy feliz. Está convencida de que tomó una buena decisión al emprender este viaje. Magdalena estudió Bioquímica en Chile. Después de un par de años, sus deseos de superación la impulsaron a buscar una pasantía en el Texas Medical Center. Hoy trabaja ahí y se siente orgullosa porque el centro le brinda muchas oportunidades de aprendizaje. Está fascinada con los laboratorios y las líneas de investigación a las que tiene acceso. Para su profesión es muy provechoso. Siempre que puede, alienta a sus amigos en Chile para que busquen una pasantía como ella lo hizo. Sabe que para un científico es apasionante acceder a todo el conocimiento que le ofrece su trabajo. Ahora quiere continuar sus estudios de posgrado en Houston y continuar viajando. Otra cosa que le gusta de Houston es el clima tropical, porque ella nació en el sur de Chile, así que se adaptó muy fácil. Le encanta el verano y que en Texas mucha gente habla español. “Houston es gigante y la concentración de personas de distintos países es impresionante, además se habla mucho español por lo que ser bilingüe es un plus”. Magdalena considera que “la gente de Houston es muy amigable y comprende que este mundo es globalizado”. Cree que los migrantes aportan fuerza a la ciudad y que las personas están motivadas por conocer otras culturas. Siempre platica sobre la gastronomía de Chile o el clima. Cuando habla de su país le da un poco de nostalgia porque también extraña a su familia y amigos. Por suerte, ellos viajan y la visitan constantemente. Magdalena considera que migrar la sacó de su zona de confort y le fue muy bien. Sobre todo porque tiene el apoyo de su familia en Chile. Siente que Houston la acogió, ahí es feliz y puede alcanzar sus sueños.

  • Giannina

    Hace más de 30 años, Giannina llegó a Georgia huyendo de la inseguridad de Perú, su país natal; lo abandonó todo, hasta sus estudios. Hoy, tiene dos boutiques de carteras con diseños peruanos en Atlanta y ayuda a mujeres peruanas que están comenzando su camino en Estados Unidos. Antes de iniciar su viaje, se vio en la necesidad de dejar la universidad de arte. Cuando llegó a Georgia le costó trabajo adaptarse a las costumbres estadounidenses, dice que no había latinos, únicamente una pareja y ella, al menos donde llegó a vivir. Seis años después, conoció a su esposo y desde entonces están juntos, también reactivó sus estudios universitarios en arte y los terminó. Después se mudó de Atlanta, pero cuando tuvo a sus hijos, decidió regresar e instalarse en la ciudad definitivamente. Ahí comenzó una nueva etapa en su vida. Continuó especializándose en arte y diseño en distintas universidades y se metió a trabajar en una compañía por 20 años. En Atlanta vio crecer a sus hijos y después de esos 20 años decidió empezar su propio negocio, en algo que siempre le apasiona: diseñar accesorios. Hoy se dedica a crear carteras y bolsas con diseños y materiales peruanos, contrató a dos chicas de Perú que le ayudan a coser y quiere mantener empleando solo a mujeres, para apoyarlas en su nueva vida en Estados Unidos. Giannina sabe que logró acomodarse bien y quiere contribuir de alguna forma con sus compatriotas. Ahora visita Perú 2 o 3 veces al año y cuando va trata de aprender algo nuevo de diseño. Extraña la comida y ver a sus amigas pero también se siente orgullosa de representar a Perú con su trabajo. Ya tiene dos boutiques y quiere impulsar aún más su negocio: su objetivo es dar a conocer Perú a través del diseño.

  • Josué

    Hace unas semanas Josué y su familia cruzaron la frontera de EEUU después de esperar dos años en un campamento de migrantes en México. Su ingreso a EEUU no asegura que puedan quedarse en el país, pero al menos, hoy pueden dormir en una cama, en un lugar seguro. Salieron de Honduras en 2019, en busca de protección por la violencia de las pandillas que los acosaban. “No salimos de nuestro país porque quisimos, nadie quiere dejar sus raíces… no le deseo a nadie todo lo que hemos pasado desde que salimos de Honduras”, dijo Yamaly, la esposa de Josué, en entrevista para el diario El País. Cuando llegaron a EEUU, él, su esposa y sus tres hijos fueron de los primeros en ser devueltos a México por los Protocolos de Protección de Migrantes (MPP); un programa implementado por Trump con el que enviaron a México a más de 71,000 solicitantes de asilo a esperar su oportunidad. Josué y su familia quedaron varados en la ciudad de Tamaulipas. Ahí el hondureño vio nacer un enorme campamento de migrantes de más de 2000 personas. Pero en la adversidad Josúe tuvo una gran idea: se compró su primer celular con cámara y empezó a contar en redes sociales lo que sucedía en el campamento. Poco a poco se convirtió en el cronista del campamento, empezó a mandar sus videos a ONGs y periodistas. Sus videos y narraciones demostraron cómo se violaban derechos humanos en la frontera: de cómo su familia y el resto del campamento pasaron hambre, frío, sin baños, sin agua potable, sin techos… incluso grabó el parto de una mujer guatemalteca sobre la tierra del campamento. Sus videos desmintieron las palabras de Trump, que acusaban a migrantes de criminales. En cambio, registró cómo el gobierno mexicano cercó el campamento con alambre de púas, impidiendo el acceso a periodistas. Sus videos se convirtieron en su arma, su defensa. Así que después de batallar dos años con su teléfono, y con el plan de Biden de dejar pasar a todos los casos activos de MPP, Josué y su familia abandonaron el campamento e ingresaron a EEUU. Josué se grabó sonriente: “¡Nos acaban de dar la noticia de que mañana nos vamos la familia Cornejo Flores. Mañana salimos!”. Hace unos días cruzaron el puente de Brownsville en Texas. Su admisión a EEUU no significa que su caso de asilo haya sido aprobado. Pero ahora puede pelear en condiciones más dignas, en una cama bajo un techo. Josué es un verdadero héroe.

  • Fiorella

    Fiorella viajó de Perú a Miami en el año 2000, justo después de terminar la escuela secundaria. Hoy forma parte del Ejército de los Estados Unidos. Su madre le dijo que ella iría por seis meses para practicar su inglés y a ganarse unas monedas. Pero Fiorella nunca regresó a Perú. Para ese entonces desconocía que su madre tenía un plan para que toda la familia emigrara a Estados Unidos. La razón de emigrar recayó en la situación económica inestable que se sufría en su país natal, justo después de la Guerra contra el Terrorismo, la más brutal de la historia peruana por el número de víctimas. A los seis meses, Fiorella se reunió con su familia en Miami y decidieron hacer de Estados Unidos su nuevo hogar. Unos meses más tarde ocurrió el 11-S y fue en ese momento que a Fiorella le nació el deseo de unirse al Ejército y servir a los Estados Unidos, pues considera que el país “le abrió los brazos a su familia”. Después de un par de años de trabajar, su hermana fue la primera en alistarse al Ejército, se unió a los Marines. Fiorella esperó obtener la ciudadanía estadounidense y ganó una beca ROTC con la que completó su licenciatura en Trabajo Social en la Universidad de Hawái en Manoa. Una vez graduada se alistó al Ejército de la Reserva como Oficial del Cuerpo de Servicio Médico y sirvió en Corea. Después se ofreció como voluntaria para asistir en Kuwait como Oficial Ejecutivo de un destacamento veterinario. Para ella esta experiencia fue un sueño hecho realidad. Hoy ha estado casada durante cinco años con Nathan Esafe, que también es miembro del Ejército y está próximo a retirarse. Para ella, el Ejército de los Estados Unidos le brindó todo, pues financió su educación y considera que le enseñó a ser una líder, mujer y latinoamericana. “Estoy feliz de representar a la fuerte mujer peruana en el Ejército de los Estados Unidos y de servir al país y a la gente, de este mi hogar, pero sin olvidar mis raíces. Y estoy orgullosa de decir siempre que nací y crecí en Lima, Perú”. - Fiorella Esta narrativa es su experiencia personal como inmigrante y no retrata las ideas del Ejército de los Estados Unidos. Simplemente quiso contar cómo esta decisión tuvo un impacto positivo en su vida.

  • Sandra

    Sandra migró de su natal Guatemala hacia Los Ángeles en 1988, a causa de tener una familia numerosa y pocas oportunidades en su país. “Si se me diera nuevamente la oportunidad de migrar para sostener a mis hijos, lo volvería a hacer", relata. En 1978 era madre soltera de seis hijos, y sin mayor oportunidad laboral en Guatemala, decidió aventarse un viaje para llegar a Estados Unidos. Impulsada por el deseo de pagarles la universidad y que lograran obtener un nivel educativo mayor al que ella pudo acceder. Hoy, después de trabajar muchos años como indocumentada dice que no goza de mayores riquezas, pero cumplió su objetivo: sus seis hijos tienen carreras universitarias y pudieron acceder a fuentes de trabajo con salarios más dignos, que a su vez, les permiten sostener a sus propias familias en Guatemala. “Yo no quería que mis hijos se convirtieran en mano de obra barata para otro país, sino que fueran profesionales y aportaran en su país. Con una profesión es posible, pero si los propios gobiernos no garantizan la educación, es cuando la situación se pone difícil.” Sandra es costurera en la industria textil y a la fecha continúa trabajando. Dice que aunque ya sacó adelante a su familia aún tiene que ver por ella misma. En el fondo desea ver con más frecuencia a sus hijos, pero visitarlos requiere muchos gastos de traslado. Ahora los ve cada cuatro años aproximadamente. Sin embargo, tuvo la fortuna de conocer a su esposo, un ciudadano estadounidense que le apoyó en los trámites de naturalización. Ahora, desde su hogar aprovecha el internet para comunicarse más seguido con su familia. Agradece tener internet. De hecho, recuerda que en los años 90 solo hablaba dos veces al año con sus hijos, pues ellos le hacían “llamadas por cobrar” y casi siempre pagaba entre $200 o $250 USD por las llamadas. “Cada tarde, paso entre Bonie Brae y 6th Street a tomar un atolito de elote. Es lo que me hace recordar a Ciudad de Guatemala... también comer una enchilada. Esto me mantiene conectada con mi país y con su gente”.

  • Christian

    Christian fue retornado a México después de vivir toda su vida en Estados Unidos. El mexicano nació en Jalisco, pero desde los dos años emigró con su familia. Es decir que hasta hoy, Christian ha pasado más tiempo de su vida en Estados Unidos que en México. Él nunca imaginó que su situación migratoria terminaría de esa forma, pues con 29 años en Estados Unidos ya tenía toda una vida: familia, amigos, trabajo, incluso el idioma. Pero las políticas migratorias durante el periodo de Trump endurecieron y siguen afectando a millones de migrantes, como a Christian. Cuando Christian regresó a México le fue muy difícil adaptarse. Nunca en su vida había pisado tierras tapatías (como se les dice a los locales de Guadalajara, Jalisco), aún cuando nació allí. Ni siquiera hablaba español a la perfección. Sin otro remedio, siguió adelante y se reintegró de a poco a México. Perfeccionó su español y reforzó las costumbres que había adquirido en casa con su familia, pero esta vez las retomó en las calles de Guadalajara, rodeado de mexicanos. Incluso, afirma que finalmente le agarró el gusto a las tortillas. Pero no todo fluyó siempre de la mejor manera, pues también sufrió discriminación en México. Pasaron muchas ocasiones en las que sintió no encajar, los mexicanos lo trataban como extranjero al oírlo hablar español. “Pero si soy mexicano”, se decía a sí mismo. Pasados dos años se abrió camino y desde entonces se dedica al comercio. Tiene dos negocios y un local de hamburguesas. No le falta nada y pudo crear empleos para algunos de sus paisanos. Finalmente encajó en su ciudad natal. Hoy ya formó una familia y no pretende ir a ninguna parte, México es su hogar. “El cambio de país fue duro pero en México me casé, yo ya hice mi vida aquí, así que de México no me voy”. “Sí tengo planes de ir a Estados Unidos, pero ahora sólo estaré de vacaciones y visitaré a mis amigos de la infancia. Siento como si me hubieran quitado por la fuerza una parte de mí, pero ya me encontré de nuevo gracias a mi nueva familia”.

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